Verano del 2006 adentrada la madrugada. Pasadas las 2:00 am conducía por el estado de Oklahoma regresando de un viaje por la costa este tras cumplir con lo que él consideraba un deber; su trabajo. “Venía conduciendo con mucha euforia. Me había tomado varias bebidas energéticas y quería llegar a Los Angeles lo antes posible”, confesó Abraham “Abe” Cruz. Era un viaje de rutina y nada irregular tenía que haber sucedido pero sucedió.
“Recuerdo que estaba muy cerca de Oklahoma State University y noté que la policía me estaba siguiendo. De pronto se encendieron las luces y tuve que pararme de inmediato”, recordó “Abe”, con la nostalgia plasmada en su mirada de una jornada que jamás olvidará. “La policía me dijo que me había detenido por cambiar de carril sin colocar la luz de cruce. De inmediato me pidieron la licencia de conducir y el registro y al ver que era de California me preguntaron qué hacía tan lejos de casa a altas horas de la madrugada”. Más de 1300 millas de distancia separaban a Abraham de su destino, destino que desde ese momento había dejado de estar en sus manos.
Entre preguntas capciosas y respuestas que nada convencieron a la policía fueron pasando los segundos, los minutos, las horas. “Les dije que estaba regresando a casa de visitar a mi novia en la universidad de Oklahoma y que quería llegar a casa rápido. Obvio, no me creyeron. Fueron muchas preguntas las que me formularon. ¿Has estado bebiendo? ¿Consumiste drogas? ¿Estás armado?”, recordó. Cada pregunta mermaba en la psiquis del participante de la tercera temporada de Exatlón Estados Unidos que conforme pasaban los minutos se veía más y más acorralado. Esa asfixia silenciosa se tornó ensordecedora cuando vio llegar a la DEA (Drug Enforcement Administration). “La DEA llegó con los perros. No sabía qué estaba pasando, estaba confundido. Yo solo pensaba en el dinero que me iba a ganar con ese viaje. Me pidieron que saliera del auto que lo iban a revisar y no me negué. Lo revisaron por todos lados y los perros olfateaban todo. No encontraron nada”. Mientras esto ocurría, “Abe” estaba acompañado de un oficial a la expectativa de un futuro que estaba más incierto que nunca.
LA FRASE QUE JAMÁS PENSÓ ESCUCHAR: “ABE, YOU’RE UNDER ARREST!”
4:00 am. Cerca de dos horas desde el stop policial hasta el instante en el que “Abe” se encontraba al borde de la carretera acompañado de un policía que no dirigía palabras ni miradas. Entre tanto, oficiales estatales y de la DEA conversaban entre sí. Los perros hacían su trabajo sin éxito alguno, o al menos eso era lo que creía Abraham. “Nos estás mintiendo”, le dijo un oficial. “Los perros olfatean algo, sienten algo, y en base a nuestra experiencia puede que estén olfateando un pegamento”. ¿Pegamento?, pensó Cruz. La asfixia la sentía más y más.
Intempestivamente, y tras horas de búsqueda sin éxito alguno, un oficial se acercó al borde de la carretera, vio a Abe a los ojos y le dijo: “Abraham Cruz, estás bajo arresto. Tienes derecho a guardar silencio…” Lo esposó, hicieron que abordara una patrulla y abandonaron la zona. “No entendía nada. No sabía qué estaba pasando. Empezamos a rodar. Eran alrededor de cuatro patrullas de la policía estatal y la DEA. No sé cuánto tiempo pasó pero se me hizo eterno. Llegamos a un edificio abandonado. Parecía una fábrica en el medio de la nada. Me bajaron de la patrulla, me llevaron a una habitación y me esposaron a un tubo. Pude sentarme, con mucha incomodidad, mientras escuchaba a algunos oficiales hablar en la habitación de al lado. En medio del silencio escuché una sierra eléctrica. Sabía que estaban picando el auto”, relató “Abe”. Un relato entrecortado que sonaba a una sentencia. Sentencia que sabía que llegaría.
Pasaron algunas horas. “Abe” se había quedado dormido y de pronto el sonido de apertura de la puerta de su habitación lo despertó. Varios policias ingresaron y uno de ellos le leyó sus derechos. Otra vez el: “Abraham Cruz, estás bajo arresto…” lo marcó pero esta vez con la explicación que anteriormente faltó. “Abraham Cruz, estás bajo arresto por posesión de cocaína. Además encontramos una importante cantidad de dinero escondido en tu carro”. Sí. Cientos de miles de dólares trasladaba Cruz desde la costa este de los Estados Unidos hacia Los Angeles. Él admite lo del dinero pero desconocía que también había droga en el momento del regreso. La tarea era “sencilla”. En California desarmaban un auto, lo llenaban de cocaína, viajaba a una ciudad en particular, desarmaban el carro, lo rearmaban con el dinero y él regresaba para cobrar sus dividendos. Resultó siempre pero esa noche no. Fue una noche larga pero que marcó su vida para siempre.
Sigue a Exatlón Estados Unidos en Facebook