La pornografía es, según la Real Academia de la Lengua, la “representación explícita de actos sexuales que busca producir excitación”. Sin embargo, esta definición se queda corta. No usamos de manera exclusiva la pornografía para excitarnos, especialmente cuando somos jóvenes y hemos tenido pocas o ninguna experiencia sexual. El primer motivo para su uso entre jóvenes es masturbarse (43,9 %), la curiosidad será la segunda razón (40,4 %) y el tercer motivo es aprender de sexo (25,4 %).
Podemos definir la pornografía como la principal herramienta para construir símbolos, mitos y referentes relacionados con la sexualidad y las relaciones eróticas. A partir de este imaginario se van catalogando, jerarquizando y normalizando ciertos cuerpos (y no todos), ciertas identidades (y no todas) y ciertas formas de tipos de encuentros eróticos (y no todos).
Esto no es necesariamente un problema si nos asomamos a la pornografía con una adecuada educación sexual, si ya sabemos que los cuerpos, los genitales o las identidades son diversas, al igual que la orientación del deseo o los tipos de relación erótica. Pero esta no parece ser la realidad. Según la ONG Save the Children, el 53,8 % de los niños y niñas han accedido a un portal de pornografía antes de los 13 años, y un 8,7 % antes de los 10 años. Sitúa así la media en torno a los 12 años. Es difícil, con 12 años, haber acumulado experiencias que nos permitan relativizar lo que vemos; tampoco es la norma que a esta edad se haya recibido en contextos escolares educación sexual suficiente.
A mayor educación sexual, menos posibilidades de que la pornografía se convierta en el único modelo. Algo que deben tener en cuenta tanto las familias como los profesionales de la educación. Cuanto más silencio se construya en torno a la sexualidad, más vulnerabilidad se estará creando frente a la influencia de la pornografía.
Primera mentira: los primeros planos
En la pornografía se suele insistir mucho en los genitales y el coito, de tal modo que las imágenes fragmentan los cuerpos y ofrecen todo tipo de primeros planos de penes, vulvas y penetraciones. Tanto es así que es fácil olvidar que ese encuentro erótico se da entre dos personas, entre dos cuerpos: queda reducido a un encuentro entre dos genitales. O un genital y la boca si se muestra el sexo oral.
Esta sería una primera mentira. Las relaciones eróticas, todas, se tienen entre dos cuerpos completos. Esto es así en el coito, pero también en otro tipo de prácticas. Los genitales no tienen vida propia, aunque a veces la pornografía lo dé a entender. Siempre son dos cuerpos completos los que participan de la experiencia, con toda la piel y con todas las sensaciones y emociones. En sexualidad, para el placer o la satisfacción, “más importante que lo que se hace es cómo se vive eso que se hace”, algo que pocas veces refleja la pornografía.
Cuando se imparte educación sexual, ya sea de manera informal o formal, hay que evitar repetir este modelo y alimentar la obsesión. Aunque los adolescentes pueden estar muy preocupados y pregunten mucho por genitales, coitos y orgasmos, esto no puede ser la excusa para hablarles solo de genitales, coitos y orgasmos. Porque corremos el riesgo de dejar las cosas como están pero con un poco más de información. No se puede olvidar que los genitales están en cuerpos, los coitos son solo un tipo de encuentro erótico y el orgasmo una parte del placer que puede ser tan importante como el placer de antes o el de después.
De esto no suele hablar el porno. De todo esto debe hablar la educación sexual.
Otros olvidos de la pornografía
No es lo único que la educación sexual no puede ni debe olvidar. La pornografía reduce la comunicación y la esfera afectiva. No hay ligues, ni tonteos. Se olvidan muchas prácticas eróticas, como besos y caricias.
En la mayoría de vídeos porno, los genitales siempre están erectos y lubricados. El orgasmo siempre llega. Se presenta como algo fácil el sexo ocasional. Nunca aparecen imprevistos. No se representa la menstruación. No se suele usar preservativo. Las actrices y los actores nunca tiene vergüenza. Las prácticas nunca se detienen. No hay mujeres masculinas ni hombres femeninos. La diversidad LGTBI apenas aparece representada.
Roles de género y consentimiento
Pero la gran mentira que ofrece el porno tiene que ver con los roles de género, la cosificación y el presentar la violencia como algo excitante. No puede ser que se dé por bueno que primen los deseos del hombre frente a los de la mujer. Que se sigan potenciando estereotipos de hombres deseantes, activos y con iniciativa y mujeres objeto, deseables, pasivas y que callan sus deseos.
Poco se habla en el porno del deseo y del consentimiento. A pesar de que se sabe que si una práctica erótica no entra por la puerta del deseo es poco probable que sea placentera. Por otra parte, una práctica erótica en la que no medie consentimiento no es una práctica erótica: es abuso. Insinuar lo contrario es mentir.
La ficción no sirve para conocerse
La educación sexual consiste en aprende a conocerse, a aceptarse y a expresar la erótica de manera satisfactoria. Si la pornografía solo ofrece un tipo de genitales y cuerpos, con eyaculaciones imposibles o lubricaciones automáticas, es muy difícil conocerse. Es pura ficción que no debería confundirse con la realidad.
Si la pornografía solo refleja realidades cis, heterosexuales, jóvenes y con ciertos modelos de belleza, será muy difícil aprender a aceptarse. Y no es un secreto que tarde o temprano todas las personas estarán lejos de esos modelos y no solo el colectivo LGTBI.
Será también difícil lograr bienestar, satisfacción o placer si no se da la importancia debida al deseo, el consentimiento y la seguridad. Y no parece que la pornografía esté por la labor.
Por último, no conviene olvidar que las mentiras de la pornografía son las mismas para jóvenes y adultos.
Quizá la juventud sea solo reflejo del mundo adulto, y pensar que se pueden modificar sus actitudes hacia la pornografía, independientemente de cómo anda el resto de la sociedad, sin cambiar las actitudes en el mundo adulto, sea algo tramposo y poco eficaz.
Por Carlos de la Cruz, Director honorífico del Máster Universitario en Sexología, Universidad Camilo José Cela
Este artículo se vuelve a publicar de The Conversation bajo una licencia Creative Commons. Lea el artículo original.